Olvídense de ese mundo de influencers que se ven nice en Instagram con su champanita y viajecitos a Dubai. Hoy les voy a soltar la cruda verdad detrás de todo ese bling bling que creen que es el éxito. Agárrense porque vienen curvas (y no precisamente las del último modelito que vieron en redes).
- El burnout, no es peda: Si piensas que el éxito es despertar en un tapanco bien chido con vista al mar, pues te informo que la mayoría de veces te levantas sintiendo que te pasó un camión de doble remolque encima. Sí, papi, chambear duro no es puro meme, es una realidad que a veces pesa cañón.
- Los haters, esos sí que abundan: Mientras más arriba estás, más te quieren ver patas pa’arriba. Y sorpresa, no todos son desconocidos envidiosos del ciberespacio. A veces, son los mismos compas de la prepa. Pero, como diría la sabiduría popular, al mal tiempo, buena cara y que no te importe el qué dirán.
- Dinero, ¿y eso con qué se come?: Tener lana suena bien padre, pero nadie te dice de las broncas que trae: desde ser el cajero automático de la familia hasta los miedos de que el SAT te toque el hombro y te diga «Hablemos». La lana no da la felicidad, pero cómo ayuda… o complica.
- La escuela nunca termina: O sea, cuando crees que ya dominas el negocio, ¡pum! Sale una nueva app, tendencia o lo que sea y te das cuenta de que sigues siendo un n00b. El éxito es estar en constante modo estudiante (pero sin las fiestas y el desmadre, qué tristeza).
- Sacrificios, y no hablo de rituales: Mientras algunos se van de pinta, tú te quedas chambenado. Mientras se van de fiesta, tú revisas correos. ¿Doloroso? Sí. Pero el éxito tiene su precio, y no, no hablo de pesos.
La neta es que el éxito no es pura fiesta y rosas. Es chingarle duro, enfrentar chismes y, claro, gozar los momentos chidos que vienen con él. Pero como todo en esta vida, tiene su lado B, y no precisamente de balada romántica.